¿Se puede contrarrestar el desplome de la economía?

La economía de Norteamérica se encamina hacia una grave ralentización. Que sobrevenga o una recesión –tres trimestres seguidos de crecimiento negativo—, es lo de menos. Más importante es el hecho de que la economía operará por debajo de su potencial, aumentando el desempleo. El país necesita un estímulo, pero cualquier cosa que hagamos aumentará nuestro déficit galopante, así que es importante conseguir el mayor efecto posible por dólar públicamente gastado. La dosis óptima pasaría por una medida de actuación rápida de consuno con otras que pudieran llevar a un incremento del gasto si –y sólo si— la economía entra en una recesión brusca.

Deberíamos empezar reforzando el sistema de seguros para desempleados, porque el dinero recibido por los desempleados se gastará inmediatamente.

El gobierno federal debería también proveer algún tipo de asistencia a los estados y municipios, los cuales están empezando ya a notar la necesidad de tener que ajustarse el cinturón, a medida que ha ido cayendo el valor de la propiedad. Como era de esperar, responden reduciendo el gasto público, lo que actúa como un factor desestabilizador. La asistencia federal debería llegar en forma de ayudas para la reconstrucción de las infraestucturas más importantes.

Un mayor apoyo federal a los presupuestos educativos estatales también fortalecería la economía a corto plazo, y promovería su crecimiento a largo plazo, como lo haría una inversión para la promoción de la conservación de energía y las emisiones más bajas. Desde luego, poner en marcha unos programas bien diseñados de gasto publico de este tipo llevaría algún tiempo, pero todo apunta a que esta recesión durará más que las otras que guardamos en nuestra memoria reciente. El precio de la vivienda tardará en volver a niveles normales, y si los norteamericanos empiezan por ahorrar más dinero de lo que han estado haciendo, el consumo permanecerá bajo por algún tiempo.

La administración Bush ha optado desde hace tiempo por el recorte de impuestos (especialmente por el recorte permanente de impuestos a los más ricos) como solución al problema. Lo cual es incorrecto. Los recortes de impuestos perpetúan el consumo excesivo que ha venido caracterizando a la economía norteamericana. Pero los norteamericanos de rentas medias y bajas lo han sufrido en estos últimos siete años: la renta familiar media es hoy más baja de lo que lo era en 2000. Una devolución de impuestos que apunte a los hogares con rentas medias y bajas tendría sentido, especialmente porque repercutiría rápidamente en la economía.

Debería hacerse algo con los desahucios, una legislación diseñada apropiadamente y que permitiera las víctimas de los préstamos rapaces permanecer en sus casas estimularía la economía. Pero no deberíamos gastar mucho dinero en esto. De lo contrario, no haríamos sino echar una mano a los inversores sacándoles de sus apuros, y no son ellos los únicos que necesitan la ayuda de los contribuyentes.

En 2001, la administración Bush utilizó la recesión inminente como excusa para el recorte de impuestos para los norteamericanos con rentas más elevadas (que era exactamente el mismo grupo que más se había beneficiado económicamente en el cuarto de siglo precedente). Los recortes pretendían estimular la economía, y sólo lo hicieron hasta cierto punto. Para mantener la economía en funcionamiento, la Reserva Federal se vio forzada a bajar los tipos de interés a un nivel sin precedentes, para después mirar hacia otro lado mientras Norteamérica se despeñaba por los derrocaderos del préstamo irresponsable.

Ha llegado la hora de saldar cuentas. Y de lo que ahora se precisa es de un estímulo que realmente estimule. La pregunta es: ¿dejará el presidente del Congreso la política a un lado para ponerse a trabajar en ello?

Joseph Stiglitz es profesor de economía en Columbia y ganador del premio Nóbel de Economía.

 

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